sábado, 1 de octubre de 2016

LAS HOJAS NO CAEN, SE SUELTAN José María Toro, La sabiduría del vivir



Las hojas no caen, se sueltan....
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae”
sino que llegado el escenario del otoño inicia la
danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición
al desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad
y profundo de sabiduría:
la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire
sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento
y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío
dejado por ella
es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose
a la sinfonía del viento
traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación
constante y contundente
para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros. 
Cada hoja al aire que me está susurrando al oído del alma
¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente
a la brisa de su propia entrega y libertad.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento
de creatividad
ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente,
ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, 
que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles,
con estos hábitos perennes,
con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados,
con este entorno ya conocido… 
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge
en un auténtico espacio de fe,
confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia
consciencia y libertad,
el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio,
tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más
agresivo e impetuoso 
y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
*******
Las hojas no caen, se sueltan.
Texto original de José María Toro,
extraído del libro "La Sabiduría de Vivir"

jueves, 18 de agosto de 2016

OJALÁ, SEÑOR, TE LLEGUE MI VOZ

Ojalá, Señor, te llegue mi voz.
Aquí estoy.
Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Solo aquí. Solo. Contigo.
Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad.
Alegría o zozobra. Calma o tormenta.
Y lo recibiré sereno,
con un corazón sosegado,
porque sé que tú, mi Dios,
también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo.
Un Dios que no exige, sino que invita.
Que no fuerza, sino que espera.
Que no obliga, sino que ama.
Y lo mismo haré en mi mundo,
con mis gentes, con mi vida:
aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia.
Subrayar el verbo 'dar'.
Preguntar a menudo: «¿Qué necesitas?»
«¿Qué puedo hacer por ti?»,
y decir pocas veces «quiero» o «dame».
Y así sigo, Dios: Aquí,
sin más, en soledad.
En silencio.
Contigo, mi Dios pobre.

                                              (José Mª Rodríguez Olaizola, sj)


CANCIÓN PARA EL PEREGRINO



¡Ánimo, peregrino que comienzas la marcha!
¡Verás cuántas sonrisas el camino guardaba!
Mas sabrosa es la meta cuanto más peleada,
más dulce la victoria si se ha vendido cara.

En la mente, el destino de los pasos.
En las piernas, las fuerzas que Dios manda.
En el corazón, gozo. En el alma esperanza.
La ilusión hincha velas con su empuje;
la decisión es nave capitana,
y el esfuerzo obedece... con esfuerzo.
- El esfuerzo es el precio que se paga
por coronar lo alto de la cima;
pero el precio es ganancia
cuando al perseverar en el empeño
se consigue alcanzarla - .

 Compartir con los otros los sudores,
los apuros, las risas o las lágrimas ...
Todo se vierte luego en alegría,
en convivencia grata.

Alrededor se afirma la hermosura
que en colores y formas Dios derrama.
Canta la luz y cantan los aromas,
todas las cosas cantan.

Incluso por los trechos más costosos
canta el camino su canción sagrada:
La canción que acompaña la aventura
de la lucha más noble y más humana,
la de buscar, poniéndose en camino,
la realidad más alta,
aún a través de la materia dura
que a la vez la revela y la enmascara.

No van solos tus pasos, peregrino.
Desde el comienzo mismo de tu marcha,
junto a tí caminante, el Amor mismo
te guía y te acompaña.
Está dispuesto hasta a llevarte en brazos
si llegara a hacer falta.

Y al final, peregrino, bien lo sabes,
al final de la última jornada,
el Amor mismo espera para darte
todo su mismo amor a tu llegada.

( ... Dulce meta, más dulce
cuanto más peleada…)


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viernes, 12 de agosto de 2016

LA SEÑAL DEL AMOR (Seve Lázaro, sj)



Y salió el amor, a recorrer nuestros caminos,
a visitar ciudades, a mezclarse entre la gente.
Un extraño viento lo llevaba y lo traía, y con él
iba su voz, su alegría y su mensaje:

¡Hagamos del amor nuestra señal!

¡Dichosos aquellos que renuevan el amor gastado!
¡Dichosos aquellos que curan el amor herido!
¡Dichosos aquellos que encienden el amor apagado!
¡Dichosos aquellos que levantan el amor caído!
¡Dichosos aquellos que perdonan el amor equivocado!
¡Dichosos aquellos que enderezan el amor torcido!
¡Dichosos aquellos que liberan el amor atado!
¡Dichosos aquellos que entregan el amor recibido!
¡Dichosos aquellos que resucitan el amor muerto!

viernes, 25 de marzo de 2016

PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN: El fundamento último del perdón


La indignación es una consecuencia natural y positiva ante un estado de cosas desnaturalizado y perverso, ante una organización social injusta que todo lo abarca con tentáculos globales. Es lógico que surja en nosotros cuando vemos que los intereses egoístas de unos pocos aplastan las legítimas aspiraciones de la gran mayoría, cuando percibimos cómo el poder ignora y desprecia el sufrimiento humano. Cómo triúnfan y son más celebrados, tantas veces, los que más carecen de escrúpulos. La radical injusticia de que el fuerte oprima al débil: el 'pecado del mundo'.

Además, junto a la natural aspiración al bien que alienta en nosotros, la indignación también nos mueve a perseguir la construcción de un mundo que pueda estar presidido por la dignidad de todos.

Sin embargo, existe el gran peligro de que se desvirtúen todos nuestros esfuerzos, aunque se orienten a la más loable de las metas. Debemos estar atentos y vigilar de continuo nuestras propias motivaciones, porque pueden estar bebiendo de un manantial envenenado.

Indignación . Pero  No odio. No rabia. Contra nadie.

Los que aspiramos a una nueva y mejor organización de la vida humana, debemos luchar con brío por conseguir que estas actitudes negativas queden de ella lo más lejos posible. Porque son las que desde siempre han conformado el orden viejo, y así ha ocurrido que se han ido produciendo cambios, pero nunca ha llegado el cambio. Con ellas de por medio no puede cuajar nunca un verdadero 'nuevo orden' de paz, más ético y equitativo.

"Ellos", por supuesto, tienen sus culpas. 'Ellos', los que disponiendo de un enorme poder de toda índole, lo usan para imponer sus particulares intereses, para poner todo tipo de trabas a las ruedas de la Historia -que, esta es mi convicción, a pesar de todo avanza lenta, inexorablemente, incluso con parones y retrocesos, hacia una mayor emancipación de la humanidad-. 'Ellos', los que representan esa despiadada y arrogante actitud que nos indigna.

Pero "nosotros", los que aspiramos a mejorar el mundo, no estamos en situación de erigirnos en jueces de sus personas; porque esas actitudes, en mayor o menor grado, también en nosotros se evidencian. Lo que ocurre es que ‘nosotros’ hemos adquirido cierto nivel de consciencia -y un correlativo mayor nivel de responsabilidad-  mientras ‘ellos’ aún no han despertado. No han abierto aún los ojos a determinadas realidades fundamentales; por eso actúan desde la negrura de ese arcaico corazón de fiera que en todos alienta todavía.

No han despertado, duermen. En cierto modo, no saben lo que hacen

No odiemos, no les odiemos, no nos permitamos sentimientos de rabia personal contra los que consideramos injustos, por muy inicuamente que ejerzan su poder. Aunque nos duela. Pues ‘ellos’ también han de ser liberados y tener cabida en ese nuevo orden más justo que aspiramos a edificar para todos.

Combatir sin rabia es difícil. Utópico, tal vez. Pero tratemos de sacar nuestra energía de otra fuente. Porque muy convencidamente creo que ese es el único camino de transformación real.