viernes, 25 de marzo de 2016

PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN: El fundamento último del perdón


La indignación es una consecuencia natural y positiva ante un estado de cosas desnaturalizado y perverso, ante una organización social injusta que todo lo abarca con tentáculos globales. Es lógico que surja en nosotros cuando vemos que los intereses egoístas de unos pocos aplastan las legítimas aspiraciones de la gran mayoría, cuando percibimos cómo el poder ignora y desprecia el sufrimiento humano. Cómo triúnfan y son más celebrados, tantas veces, los que más carecen de escrúpulos. La radical injusticia de que el fuerte oprima al débil: el 'pecado del mundo'.

Además, junto a la natural aspiración al bien que alienta en nosotros, la indignación también nos mueve a perseguir la construcción de un mundo que pueda estar presidido por la dignidad de todos.

Sin embargo, existe el gran peligro de que se desvirtúen todos nuestros esfuerzos, aunque se orienten a la más loable de las metas. Debemos estar atentos y vigilar de continuo nuestras propias motivaciones, porque pueden estar bebiendo de un manantial envenenado.

Indignación . Pero  No odio. No rabia. Contra nadie.

Los que aspiramos a una nueva y mejor organización de la vida humana, debemos luchar con brío por conseguir que estas actitudes negativas queden de ella lo más lejos posible. Porque son las que desde siempre han conformado el orden viejo, y así ha ocurrido que se han ido produciendo cambios, pero nunca ha llegado el cambio. Con ellas de por medio no puede cuajar nunca un verdadero 'nuevo orden' de paz, más ético y equitativo.

"Ellos", por supuesto, tienen sus culpas. 'Ellos', los que disponiendo de un enorme poder de toda índole, lo usan para imponer sus particulares intereses, para poner todo tipo de trabas a las ruedas de la Historia -que, esta es mi convicción, a pesar de todo avanza lenta, inexorablemente, incluso con parones y retrocesos, hacia una mayor emancipación de la humanidad-. 'Ellos', los que representan esa despiadada y arrogante actitud que nos indigna.

Pero "nosotros", los que aspiramos a mejorar el mundo, no estamos en situación de erigirnos en jueces de sus personas; porque esas actitudes, en mayor o menor grado, también en nosotros se evidencian. Lo que ocurre es que ‘nosotros’ hemos adquirido cierto nivel de consciencia -y un correlativo mayor nivel de responsabilidad-  mientras ‘ellos’ aún no han despertado. No han abierto aún los ojos a determinadas realidades fundamentales; por eso actúan desde la negrura de ese arcaico corazón de fiera que en todos alienta todavía.

No han despertado, duermen. En cierto modo, no saben lo que hacen

No odiemos, no les odiemos, no nos permitamos sentimientos de rabia personal contra los que consideramos injustos, por muy inicuamente que ejerzan su poder. Aunque nos duela. Pues ‘ellos’ también han de ser liberados y tener cabida en ese nuevo orden más justo que aspiramos a edificar para todos.

Combatir sin rabia es difícil. Utópico, tal vez. Pero tratemos de sacar nuestra energía de otra fuente. Porque muy convencidamente creo que ese es el único camino de transformación real.


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