(I)
Señor, en este punto del transcurso del día
que en tu bondad de nuevo nos has amanecido,
vuelvo hacia Ti, amorosos,
los ojos de mi alma
para darte las gracias que en justicia te debo:
Por mi existencia toda, Señor, te doy las gracias.
Por la existencia de todas las cosas.
Por este día. Por todo el tiempo.
Y por todos los bienes
que vienes derramando sobre mí desde siempre.
…
Sé que continuamente me cuidas y me alientas,
que soy tu criatura
y que me quieres… solo porque sí.
La vida que me has dado es un regalo hermoso;
no permitas que yo, con mi indolencia,
la eche a perder sin fruto.
...
(II)
Ten piedad de mi culpa cotidiana
de no luchar por Ti lo suficiente.
Por Ti, por quien Tú eres,
el Amor sin medida volcado sobre mí,
a quien todo le debo.
Y también por mí misma,
este proyecto hermoso
que Tú has trazado sobre mi persona.
Ese ser
que es el ser que quiero ser,
porque Tú así me has hecho,
porque ése es el ser que soy de veras,
porque Tú así me sueñas
desde la eternidad.
Ten piedad de mis culpas.
Ten piedad de mis fallos y mis debilidades.
Vierte sobre mi vida tu perdón como un bálsamo
y empapa mi pobreza de tu misericordia.
…
(III)
Te ofrezco mi persona, con todas sus flaquezas:
mi pensar, mi sentir, mis tareas,
mis ratos de ocio,
mi relación con todos y con todo.
Te pido que tu luz siempre ilumine
mi actitud ante toda circunstancia.
Que tu fuerza me empuje,
que tu mirada centre mi mente distraída,
que mis actos reflejen, como mi corazón,
tu amor inalterable.
Que todo lo que haga sea ofrenda en tu honor
abierta siempre a tu Presencia amada.
(…Y ten misericordia, Señor, de cuánto y cómo
traiciono el compromiso
que implica este deseo).
...
(IV)
Te encomiendo a los míos,
todos los que me has dado.
Los míos más cercanos,
los más lejanos, todos.
Los vivos y los muertos.
Los que en cualquier manera
más o menos intensa, más o menos profunda,
más o menos directa, más o menos amable,
pasan, o ya han pasado,
o han de pasar aún
por este irregular camino de mi vida.
¡Cuida sus trayectorias,
endereza sus pasos,
llévalos hacia Ti,
no dejes que se pierdan!
Que no falte ninguno el venturoso día
del gran abrazo último y eterno.
Y te ruego también
de un modo más intenso
por todos los dolientes que encuentro en mi camino,
por todos los que sufren la injusticia del mundo,
por aquéllos que sé que están pasando
en este instante mismo
por momentos vitales especialmente duros.
Da igual que los conozca o no personalmente,
o si los he olvidado:
Tú sabes quiénes son,
Tú sí que los conoces.
Todos los que me has dado
los pongo ante tus ojos,
los dejo entre tus manos cuidadosas.
Todos los que me has dado.
Por todos te doy gracias.
…
Gracias por otorgarme el don inmerecido
de esta profunda convicción sagrada
sobre la que descansa mi paz y mi alegría:
saber que es tu designio para todos nosotros
la dicha en plenitud.
Para todos nosotros, para todos:
Los que fueron antaño,
los que serán después…
Los que están siendo.
Los que están ahora mismo soportando,
como hábito continuo,
el destierro sombrío de este mundo,
el peso desabrido
del sufrimiento, de la necesidad,
la incertidumbre.
Para éstos te imploro, en especial, tu ayuda,
que la vida es difícil y da miedo,
que hay peligro constante
de extravío y naufragio.
A pesar de mis grandes incoherencias
quisiera evidenciar tu amor ante sus ojos.
Evidenciar tu amor, porque hace tanta falta
evidenciar tu amor en este mundo triste.
Evidenciar tu amor, aunque sea imposible
por mi fragilidad resquebrajada,
por mi debilidad inconsistente,
… por mi frivolidad.
——
(VI)
Alimenta mi llama y sé mi fuerza
para que, cuando el tiempo que me otorgas termine,
no esté desperdiciada tanta gracia en mi vida,
sienta yo el gozo íntimo de tu inmensa ternura
por mi pobre persona, esta alma endeble,
y un agradecimiento humilde me desborde
en nueva confianza abandonada jen Tí.
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