Produciendo un rumor apacible
caía el agua mansa.
Yo la estaba observando muy quieta
desde mi ventana.
Todas las ventanas del mundo
estaban para la lluvia
cerradas.
La mía en cambio estaba abierta,
abierta,
para que entrara.
Algunas gotas, a veces,
me salpicaban la cara.
Yo sentía hasta muy dentro
el limpio frescor del agua.
Al cobijo de las tejas
los gorriones se apretaban
pero acogían la lluvia
con canción alborozada.
Llovía el cielo su promesa
en limpia forma de agua,
forma sin forma, que a toda
forma se adapta.
Yo abría también mis manos
asomada a la ventana
y recibía la lluvia.
Desde siempre la esperaba.
El cielo blanco llovía
blancura sobre mi cara,
y era parecido a un beso
sobre mi frente mojada,
beso que entraba en mi ser
y hasta el alma me empapaba.
Blanco era el cielo, y la lluvia
también era blanca.
Las ventanas del mundo eran negras
y estaban cerradas.
En las ventanas del mundo
no podía entrar el agua.