“El agua es incolora, inodora e insípida”. Estas son las propiedades físicas que aprendimos sobre ella, en nuestro viejo libro de texto escolar, las personas de mi generación, al menos en su mayoría.
Mucho antes, sin embargo, habíamos aprendido por experiencia propia bien temprana que el agua que calmaba nuestra sed era una fiesta y una bendición, era un descanso, un gozo, una inyección de vida. Cuando nos sentíamos sedientos y acalorados, el agua suponía aquel placer intenso que al beberla se adentraba en el cuerpo agradecido, o al sumergirnos en ella nos envolvía con su caricia refrescante.
Luego, los años pasan. Los años han pasado. Y ahora somos personas mayores. Ese placer del agua sigue existiendo, sí, pero para nosotros se hace mucho menos frecuente.
Y es que, según los expertos, a las personas mayores les disminuye mucho la sensación de sed. ¡Paradójicamente, desde luego! Porque según parece, siguen necesitando la misma hidratación, o incluso más, para regenerar y revitalizar sus funciones fisiológicas, evitando así que su organismo languidezca y decaiga. ( Tal vez “evitando” no sea la palabra más adecuada; mejor sería decir, menos taxativamente, “ralentizando en parte” su natural proceso de declive ) .
Sobre esto último habría que afirmar que, si la decadencia que traen los muchos años es de ley natural, lo bueno es aceptarla sabiamente. “Con naturalidad” - que es lo apropiado, según lo dice la palabra misma - .
Pero también es sabio alimentar la vida, dotar a la existencia de ilusión, de dirección consciente y voluntaria; soñar metas, querer la vida para algo, alentarla con energía fuerte y motivadora en búsqueda de plenitud. Y para ello, previa y necesariamente, cuidar el propio cuerpo como la parte física integrante de esa misma existencia, y aún más que eso: condición básica para su desarrollo, imprescindible herramienta en su construcción.
(Porque, si bien es cierto que se puede desarrollar también una vida fecunda sin una energía emanada de la salud del cuerpo, ello exige una salud de espíritu muy grande y muy profunda, lo cual es mucho menos común).
Así que, aunque la edad madura o avanzada nos vuelva el agua insípida, y nos muestre su ausencia de color y de aroma, ante la falta de atractivo que en ella percibimos, hemos de tener claro que se trata tan sólo de un señuelo que la muerte maneja para engañar al ansia de vivir, para contrarrestar poco a poco su empuje y hacerla poco a poco claudicar.
Los expertos doctores, los que saben de esto, aconsejan beber de todos modos, aunque sea sin sed. Y sin embargo así, ¡qué triste el agua! ¡qué sosa!, protestamos.
Hay que buscarse trucos, estrategias, aplicar el ingenio a favor de la vida: Si el agua no consigue motivarnos, ¡se pueden beber líquidos de frutas, se puede beber leche, o sanos jugos de otros alimentos, con tal que contribuyan a tener hidratado el organismo!
Porque muy bien está la aceptación serena del natural ocaso de la vida, pero ello no significa entregar ésta perezosamente, sin ofrecer una digna resistencia.
La desmotivación acecha en cada esquina,
el desaliento tiene sus razones.
… ¡Pero aún más la esperanza decidida!
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