Padre,
que no inasible extraño
ni majestad ignota capaz de enmudecernos;
no Dueño inapelable, sino padre materno
que nos invita a hablar con sencillez,
en confianza íntima de hijos…
Padre Nuestro, de todos,
que no tan sólo mío y sí de cada uno:
huella de infinitud en nuestras almas,
comunión del origen que nos hace
reconocibles unos para otros
como seres fraternos.
Padre nuestro que estás en el cielo
porque trasciendes todos nuestros límites,
nuestros sentidos todos
y cuanto ellos alcanzan.
Padre nuestro del cielo que estás en la tierra,
porque todo lo bueno y hermoso
que en ella encontramos
de Tí nos habla, a Tí nos encamina.
Padre, Tu nombre sea
siempre santificado y bendecido.
Glorificado seas con el ser
de la totalidad de seres que son creación tuya.
Glorificado seas, sobre todo,
en nuestros pasos hacia Ti dispuestos,
en nuestro hacer y en nuestro deshacer.
Siempre alabado seas
en cualquier expresión de nuestra hondura.
Que nuestras vidas se conformen,
Padre,
con el feliz sentido que tu amor
proyectó para ellas en principio.
Que en todos nuestros actos, Padre nuestro,
seas libre y conscientemente honrado,
reconocido así como quien eres.
Venga a nos el Tu reino, Padre nuestro.
El reino que desean desde siempre
sin ser capaces nunca de alumbrarlo,
los milenios del hombre.
Venga a nos el tu reino de verdad sin disfraces,
de relaciones justas,
de rectos e inocentes y sabios corazones…
Reino de Espíritu.
Así como en el cielo, así en la tierra
se haga Tu voluntad,
y la tierra será una tierra virgen
por el cielo habitada.
Haz que Tu voluntad nos sea alimento,
haz que la amemos con pasión del alma
sobre toda otra cosa,
y que busquemos siempre conocerla
para verla cumplida, para hacerla
fruto de realidad.
Que sea tu querer
motor de nuestro hacer,
y con amor sepamos recibirlo
cuando nos viene dado en el acontecer.
Danos hoy nuestro pan
de cada día… y no pidamos más.
Tan sólo danos fortaleza y gracia
para no preocuparnos
de todo lo que excede
nuestras necesidades verdaderas.
Y si comemos hoy el pan de cada día,
gracias por ese pan.
Impregna nuestras mentes de generoso celo
para que no olvidemos
a los que no lo tienen a su alcance.
Que nuestro amor, nuestro sentido innato
de lo que es bueno y justo
luche por conseguírselo.
No descansemos, Padre,
hasta que en todo el mundo,
para todos los hombres y mujeres,
haya pan y trabajo, dignidad y respeto,
derecho y crecimiento genuinos.
Conviértenos, Señor, en instrumento
de tu plan de justicia
y de tu providencia para el mundo.
Padre, perdónanos.
Mira benevolente
los continuos desaires y traiciones
de nuestra mezquindad, nuestra bajeza.
Y enséñanos también a perdonar
a aquéllos que nos hayan ofendido,
quizá tan miserables como somos nosotros,
tan pequeños, tan frágiles.
Quizá tan miserables, y no más.
Que perdonemos, Padre,
como perdonas Tú,
con el perdón nacido de antemano
antes incluso de sufrir la ofensa.
Que perdonemos, Padre,
las deudas que lo son y las imaginadas,
las heridas causadas a sabiendas
y aquellas otras que fabrica y urde
nuestra propia orgullosa suspicacia.
No nos dejes caer en tentación ninguna.
No nos dejes caer, que tropezamos
en cualquier altibajo del camino.
Mira que nuestro paso es vacilante,
mira que nos abate cualquier viento,
mira que somos débiles,
mira que nos caemos…
¡No nos dejes caer!
Y líbranos del mal Tú, Padre bueno.
Líbranos de obrar mal,
líbranos de seguir ningún camino
que no termine en Tí,
que de Tí nos aleje, que nos pierda en lo oscuro,
que nos hunda en el pozo de lo que no eres Tú.
Líbranos también, Padre,
de padecer el mal, si ello es posible;
pero no se haga en esto
nuestro simple querer,
sino tu voluntad.
… Y que así sea.